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Furia sobre ruedas

La autopista 25 de Mayo se alza imponente sobre Parque Chacabuco y lo divide en dos. Altera la fisonomía del lugar, pero eso no evita que haya distintas construcciones que se integren a la perfección con esa mole de concreto y hormigón. Está el Centro Cultural Adán Buenosayres, unas canchas de fútbol cinco y pasajes que comunican las dos mitades de la plaza. Al costado de uno de esos pasajes se encuentra un playón enrejado, de unos 40 metros de largo por 20 de ancho que antes supo ser una cancha de básquet o handball. Ahora el lugar se encuentra ocupado por un grupo de 16 chicas. Hay botellas de agua en el piso y varias mochilas apiladas contra una pared pintada con aerosol con distintas tipografías. Todas tienen puesto patines de dos ejes, pero están lejos de vestir atuendos elegantes y hacer figuras artísticas al compás de música clásica. Por el contrario, usan cascos, rodilleras y coderas: están practicando roller derby.

Se golpean, bloquean el paso y empujan. En el medio de ese proceso más de una cae al piso de manera violenta y genera un ruido seco por el contacto entre el cemento y sus manos. Se levantan. Y vuelven a intentarlo. Esto sucede con el ruido de los patines con el piso de fondo, que es similar al de un ronroneo muy suave, y que contrasta con el chirrido que generan las ruedas debido a la fricción cuando las chicas intentan hacer tracción con el suelo o frenarse de manera abrupta.

El ejercicio es siempre el mismo: dos equipos de cinco chicas cada uno se forman en una de las rectas de la pista, mientras que el resto mira desde un costado. El objetivo es que una de las integrantes del equipo -que se llama jammer- logre pasar a las contrarias, que tratarán de evitarlo bloqueándole el paso y tratando que salgan de la pista.

Cuando el entrenador da un silbido corto, comienza la acción. Los primeros segundos del ejercicio son los más trabados. Las jammer de cada equipo, que tienen que empezar atrás de las bloqueadoras, toman velocidad y tratan de pasar por esa pared maciza de compañeras. Las topetean, tratan de aprovechar el ancho de la pista para tratar de pasar. Se contorsionan y doblan sus cuerpos en busca de un hueco, por más mínimo que sea, que les permita seguir adelante.

A los pocos segundos que la jammer de uno de los equipos logra pasar a las bloqueadoras, el ejercicio se intensifica. Arranca la parte de velocidad, en donde todas comienzan a patinar más rápido. Es el momento de encarar a la última jugadora del equipo contrario, llamada pívot. Ella dobla su torso, zigzaguea frente a la rival, que hace lo imposible para evitar que pase. La jammer ve un espacio por el lado interior de la curva de la pista. Se lanza hacia él con determinación, aunque el hueco es mínimo. Y justo cuando está por pisar la línea, da un salto corto para esquivar la pierna rival. Aterriza y sigue como si nada, como si las leyes de inercia no le afectaran en lo más mínimo. El entrenador da cuatro silbatazos cortos. Ejercicio terminado. A empezar de nuevo.

Terminada la acción, las jugadoras que estaban mirando desde un costado del óvalo se posicionan y vuelven a empezar la misma rutina. Las posiciones no son fijas: la chica que fue jammer puede pasar a pívot en la siguiente secuencia. Pero eso no importa. A la hora de bloquear, todas lo hacen con la misma intensidad. Lo mismo a la hora de jugar de jammer: todas son ágiles cuando la situación lo demanda.

El entrenamiento transcurre de la misma manera durante una hora. Las formaciones van rotando, pero la secuencia es igual. Hay veces en donde el ejercicio se torna más violento, con más roces y más golpes, pero siempre en algún momento la jammer logra su cometido. Y no porque las bloqueadoras sean malas, sino porque esa es la dinámica de este deporte. Cada partido se divide en dos tiempos de treinta minutos cada uno, y cada tiempo está dividido en jams que pueden durar, como máximo, dos minutos. Por lo que continuamente cortan el juego y vuelven a empezar.

El equipo que está entrenando en Parque Chacabuco se llama Team Osom y es el equipo A de la liga 2x4 Roller Derby, la más importante a nivel nacional. Esta liga está afiliada a la WFTDA, que nuclea a ligas de todo el mundo, y según el último ranking publicado por la asociación, está en el puesto 24 a nivel mundial. Incluso participaron del último torneo central que realizó la asociación en Seattle, Estados Unidos, entre 1 al 3 de septiembre. Ganaron su primer partido, pero luego perdieron ante Rose City Rollers, que eventualmente ganaría el torneo. De todas maneras, hicieron un papel más que destacable.

Conforme pasa la tarde, el sol comienza a bajar y las luces del parque se encienden, pero la luz no llega al playón del parque, que sigue a oscuras. Hay tres reflectores colocados contra la pared, pero están apagados. La gente que había ido a pasar la tarde a la plaza ya no está, y en la zona de la pista no hay casi nadie, salvo las chicas del Team Osom y la banda de rock, que sigue tocando en el anfiteatro a pesar que su público está reducido a unas veinte personas.

Luego de hacer el mismo ejercicio durante una hora, el entrenador les da un descanso. Todas las chicas se reúnen en el medio de la pista, mientras él les da una charla técnica. Algunas aprovechan para tomar unos sorbos de agua, pero a los pocos minutos vuelven al ruedo. Siguen practicando el mismo ejercicio, sólo que el entrenador cada vez las interrumpe menos. Mientras que al principio solo recorrían un cuarto de la pista antes de interrumpirlas, ahora las chicas dan una vuelta completa mientras se empujan, bloquean y tratan de pasar. El entrenamiento siguió una hora más. Practicaron durante dos horas, y a esas alturas de la noche la energía de las chicas no era la misma que cuando empezaron. Tenían que guardar fuerzas para el día siguiente, ya que tenían previsto un partido amistoso contra las Dirty Fucking Dolls del club Temperley.

La tarde de domingo es igual de soleada que la de ayer. Sin embargo, en el playón donde está la pista hay más gente. Unas cincuenta personas están sentadas contra las rejas, mientras esperan a que empiece el partido. Incluso hay una cantina en la que venden tartas, gaseosas y sándwiches “a precio de supermercado chino”, según dice en su página de Facebook.

Además, hoy están presentes los árbitros, que son cinco: uno controla el tiempo, otro se encarga de contar los puntos. También hay dos referís que vigilan a las bloqueadoras y un árbitro general que se encarga de hablar con las capitanas y despejar todas las dudas que puedan llegar a tener.

A las seis de la tarde, los dos equipos se forman en la recta de la pista. A diferencia del entrenamiento de ayer, hoy los bloqueos son mucho más violentos, y los embates hacen que casi siempre alguna jugadora caiga al piso. Además de las personas sentadas alrededor de la pista -y que entienden el deporte-, mucha gente que pasaba por ahí se queda a mirar cómo un grupo de chicas en patines se golpean, caen y se levantan. La gran mayoría de espectadores curiosos son hombres.

El partido se desarrolla de la misma forma que el entrenamiento del día anterior. Cuando suena el silbato del árbitro, las jammer intentan pasar el pack de bloqueadoras del equipo rival. La única diferencia es que esta vez no hay tantas interrupciones, sino que es más dinámico y fluido. En la mayoría de los veces las jugadoras dan una vuelta entera a la pista. Muy pocas veces se interrumpe el jam antes de los 45 segundos.

No hay que ser expertos en el tema para darse cuenta que el partido es desparejo. Desde un primer momento, la jammer del Team Osom -que usa la camiseta número 47- evita sin problemas a las bloqueadoras de Temperley. No se cansa de dar vueltas a la pista. Las jugadoras suplentes, mientras tanto, miran tranquilas desde un costado de la pista. No celebran los puntos de su equipo. Sólo esperan con los brazos en jarra. Para ellas, este partido es un trámite. Incluso el técnico da pocas indicaciones. Durante el primer tiempo sólo da un par de indicaciones. Pega un grito que tiene un efecto inmediato en las jugadoras.

En el otro equipo, el panorama es desolador. No sólo porque sus bloqueadoras no logran frenar a las rivales, sino porque su jammer no logra pasar el pack de las Osom. Pero no pierden el espíritu competitivo . Alientan a sus compañeras, y celebran cada vez que anotan un punto.

En uno de los extremos del playón, hay tres jóvenes hablando. Parecen entender del tema. Usan palabras específicas del deporte y miran con detenimiento cada jam del partido. Uno de ellos destaca por sobre los otros dos por su estatura. Debe medir, con suerte, 1,60. Incluso la mayoría de las jugadoras que están en la pista son más altas que él. Pero por cómo mira el partido, sabe sobre la disciplina. “¿Vos hacés roller derby?”, le preguntan a uno de ellos. “Sí”, contesta.

Se llama Gonzalo y tiene 25 años. Habla pausado, y su tono de voz es agudo. Esta tarde está vestido enteramente de negro, con babuchas y una remera lisa. Acompaña su vestimenta con una gorra de visera plana amarilla, con el logo de UCLA — Universidad de California en Los Ángeles-. A simple vista, tiene tres tatuajes. En el antebrazo izquierdo tiene dos brazaletes parecidos a los de Paulo Dybala. En el brazo derecho, a la altura de la muñeca, tiene una pirámide. También tiene una cruz de unos tres centímetros en la nuca. Además de los tatuajes, un aro redondo le cuelga de la oreja derecha.

Gonzalo no es un jugador más dentro del ambiente del roller derby. Juega en la posición de jammer para ThunderQuads, uno de los equipos masculinos que hay en Buenos Aires. Integra la Selección Argentina de roller derby y participó de dos mundiales, Inglaterra 2014 y Canadá 2016. Y no pasó desapercibido. En su primera participación, fue elegido mejor jammer del torneo. “El jammer carga con responsabilidad dentro de un equipo. Se podría decir que es la pelota. Él es el encargado de hacer los puntos”, explica, mientras las Osom siguen jugando su partido contra Temperley. “Pero yo no lo siento así. Cada jugador tiene sus funciones, y no sólo es mérito del jammer que un equipo anote”, agrega.

Se inició en este deporte hace cinco años, gracias a una amiga que tiene y que está jugando el partido para el Team Osom. “Siempre la acompañaba a los partidos, hasta que un día me invitaron a participar”, recuerda, mientras mira de reojo a la pista. Desde un primer momento, Gonzalo contó con una gran ventaja para este deporte. Desde los 7 años jugó al hockey sobre patines. Pero el tiempo que le demandaba la facultad, sumado a cierto aburrimiento por el deporte, hizo que deje de practicarlo a los 18 años. Pero una vez que empezó con el roller derby, no lo soltó más. Dejó de trabajar en relación de dependencia, para poder estar más cómodo con los horarios de entrenamiento, y actualmente se gana la vida como paseador de perros. “También tengo un emprendimiento independiente de mochilas y cartucheras, pero va de a poquito”.

De repente, se escuchan festejos desde la pista. Gonzalo desvía su mirada rápidamente hacia sus amigos. “¿Qué pasó?”, pregunta. “Las de Temperley metieron como nueve puntos”, le dice uno de ellos. En el resultado total no es tanto, pero es un gran mérito para el equipo, más teniendo en cuenta que van perdiendo por mucho.

Con la noche ya instalada en Parque Chacabuco, el partido va llegando a su fin. Con unos pocos minutos por disputar, el ambiente de competición se va distendiendo. Hay vencedores y vencidos, pero el resultado es lo de menos. Las suplentes de Temperley bailan mientras esperan a que el árbitro dé el pitazo final. Las de Osom, conversan entre ellas. Por su parte, algunas personas de entre el público presente comienzan a levantarse y a irse.

El referí principal hace sonar su silbato. Terminó el encuentro. Las chicas de Osom forman una fila india y comienzan a dar una vuelta a la pista. Los espectadores se acercan y extienden sus manos en señal de saludo. Las jugadoras pasan y chocan los cinco. Una vez terminado, las chicas de Temperley hacen lo mismo. No hay caras largas por la derrota. Al contrario: sonríen mientras reciben el aplauso del público. La camaradería y compañerismo son más fuertes que un resultado. Los golpes y las caídas quedan en la pista.

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